Los Protocolos de Los Sabios Ancianos de Zion - Protocolo 24



Consolidación de la estirpe del rey David.- Preparación del rey.-Exclusión de los herederos directos.- El rey y sus tres mentores. - El rey-destino. - Intachabilidad de costumbres exteriores del rey de los israelitas.

Pasaremos ahora a tratar de los medios de asegurar las raíces dinásticas del rey.

En esta obra nos guiarán los mismos principios que hasta ahora nos han suministrado nuestros sabios para la dirección de todos los negocios mundiales. Dirigiremos el pensamiento de toda la humanidad. Muchos miembros de la estirpe de David prepararán los reyes y sus herederos, escogiendo estos últimos, no según el derecho hereditario, sino teniendo en consideración sus cualidades sobresalientes; los iniciarán en los más ocultos secretos de la política; en los planes de gobierno, siempre bajo la condición de que nadie llegue a penetrar esos secretos.

El objeto de esta manera de proceder es que todo el mundo sepa que el gobierno no puede ser puesto en otras manos sino en las de aquellos que están iniciados en los misterios del arte de gobernar. Sólo a estas personas se les enseñará la aplicación de los planes políticos, las enseñanzas de la experiencia de los siglos; todas nuestras observaciones sobre las leyes político-económicas y sobre ciencias sociales ; en una palabra, todo el espíritu de estas leyes que la naturaleza misma ha establecido como infalible para normalizar por ellas las relaciones de los hombres.

Muchas veces los herederos directos serán excluidos del trono, si en el tiempo de sus estudios dan pruebas de ligereza, de dulzura de carácter y de otras de esas cualidades o defectos que son perjudiciales en el poder y que hacen ineptos a los hombres para gobernar y dañan la actuación propia de un jefe de Estado. Sólo a estas personas se les enseñará la aplicación de los fines firme e inflexiblemente, hasta cruelmente, si es necesario, y recibirán de manos de nuestros sabios las riendas del poder.

En caso de alguna enfermedad que pudiera ser causa del debilitamiento de la voluntad, los reyes deberán, conforme a la ley, abdicar en otras manos que sean capaces de sostener con la firmeza necesaria las riendas del gobierno. Los planes de acción del rey, planes inmediatos que haya de trazar por razones imperativas de inmediata necesidad, sus planes más remotos todos quedarán ignorados aun de aquellos que se le asignen como primeros consejeros.

Sólo el rey y sus tres mentores conocerán lo por venir. En la persona del rey, dueño de sí mismo y de la humanidad, gracias a una voluntad inquebrantable, todos creerán ver el destino con sus caminos desconocidos. Nadie sabrá qué es lo que el rey pretende como objeto de sus mandatos, y así tampoco nadie se atreverá a atravesársele en un camino que es para todos desconocido.

Es necesario sobreentender que la inteligencia del soberano ha de corresponder al plan de gobierno que tiene encomendado. Por esto es que no subirá al trono sino después de haber dado pruebas satisfactorias de su capacidad a nuestros sabios de que ya hemos hablado. Para que el pueblo conozca y ame a su soberano, es necesario que trate al pueblo y se comunique con él en los lugares públicos.

Esto producirá la unión necesaria entre las dos fuerzas que hasta hoy nosotros hemos conservado distanciadas por el mutuo terror. Este terror nos era absolutamente necesario en otro tiempo, para que estas dos fuerzas, separadamente, cayeran bajo nuestro poder e influencia. El rey de Israel no debe estar bajo el dominio de sus pasiones, especialmente bajo el de la voluptuosidad, ni debe, por alguna flaqueza de su carácter, dar lugar a que sus instintos animales se sobrepongan a su razón.

La sensualidad obra de manera demasiado nociva sobre las facultades intelectuales y la clarividencia de las cosas, inclinándose hacia el lado peor y más bestial de la actividad humana. La columna de la humanidad en la persona de la semilla santa de David, debe sacrificar a su pueblo y por su bien, todos sus gustos personales. Nuestro soberano tiene que ser de una irreprochabilidad ejemplar. La fuerza ciega del pueblo no puede quedar un solo día sin tener quien la dirija, y el nuevo poder no hace otra cosa sino reemplazar al anterior debilitado por el Liberalismo.

En nuestros días, el poder del oro ha reemplazado al poder de los gobiernos liberales. Hubo un tiempo en que la fe gobernaba. La idea de libertad es irrealizable, porque nadie hay que sepa usar de ella en su justa medida. Basta dejar al pueblo que por algún tiempo se gobierne a sí mismo, para que inmediatamente esta autonomía degenere en libertinaje.

Surgen al punto las discusiones, que se transforman luego en lujos de buenos sentimientos. Por esta razón hay que esperar mejores resultados cuando se gobierna a los hombres por medio de la violencia y el terror, que cuando se trata de gobernarles por medio de las discusiones académicas. Todo hombre aspira al poder; cada uno quisiera convertirse en dictador; si esto fuera posible al mismo tiempo, muy poco faltaría para que no estuvieran todos prontos a sacrificar el bien de los demás, a trueque de conseguir cada uno su propio provecho.

¿Qué es, pues, lo que ha reprimido hasta ahora a esa bestia feroz que se llama hombre? ¿Qué es lo que ha podido dirigirle hasta el presente? Al iniciarse el orden social, el hombre se ha sometido a la fuerza bruta y ciega; más tarde, a la Ley, que no es más que esa misma fuerza, pero disfrazada.

De donde yo saco la conclusión que, según la Ley Natural, el derecho radica en la fuerza. La Libertad Política es una idea y no un hecho. Se necesita saber aplicar esta idea cuando es necesario atraer las masas populares a un partido con el cebo de una idea, si ese partido ha resuelto aplastar al contrario que se halla en el poder. Este problema resulta de fácil solución si el adversario se mantiene en el poder en virtud de la idea de libertad, de eso que se llama Liberalismo, y sacrifica un poco de su fuerza en obsequio de esa idea: Libertad.

Y he aquí por dónde ha de llegar el triunfo de nuestra teoría: una vez que se aflojan las riendas del poder, inmediatamente son recogidas por otras manos, en virtud del instinto de conservación, porque la fuerza ciega del pueblo no puede quedar un solo día sin tener quien la dirija, y el nuevo poder no hace otra cosa sino reemplazar al anterior debilitado por el Liberalismo. En nuestros días, el poder del oro ha reemplazado al poder de los gobiernos liberales.

Hubo un tiempo en que la fe gobernaba. La idea de libertad es irrealizable, porque nadie hay que sepa usar de ella en su justa medida. Basta dejar al pueblo que por algún tiempo se gobierne a sí mismo, para que inmediatamente esta autonomía degenere en libertinaje. Surgen al punto las discusiones, que se transforman luego en luce pararán los reyes y sus herederos, escogiendo estos últimos, no según el derecho hereditario, sino teniendo en consideración sus cualidades sobresalientes; los iniciarán en los más ocultos secretos de la política; en los planes de gobierno, siempre bajo la condición de que nadie llegue a penetrar esos secretos.

El objeto de esta manera de proceder es que todo el mundo sepa que el gobierno no puede ser puesto en otras manos sino en las de aquellos que están iniciados en los misterios del arte de gobernar. Sólo a estas personas se les enseñará la aplicación de los planes políticos, las enseñanzas de la experiencia de los siglos; todas nuestras observaciones sobre las leyes político-económicas y sobre ciencias sociales ; en una palabra, todo el espíritu de estas leyes que la naturaleza misma ha establecido como infalible para normalizar por ellas las relaciones de los hombres.

Muchas veces los herederos directos serán excluidos del trono, si en el tiempo de sus estudios dan pruebas de ligereza, de dulzura de carácter y de otras de esas cualidades o defectos que son perjudiciales en el poder y que hacen ineptos a los hombres para gobernar y dañan la actuación propia de un jefe de Estado.

Sólo a estas personas se les enseñará la aplicación de los fines firme e inflexiblemente, hasta cruelmente, si es necesario, y recibirán de manos de nuestros sabios las riendas del poder. En caso de alguna enfermedad que pudiera ser causa del debilitamiento de la voluntad, los reyes deberán, conforme a la ley, abdicar en otras manos que sean capaces de sostener con la firmeza necesaria las riendas del gobierno.

Los planes de acción del rey, planes inmediatos que haya de trazar por razones imperativas de inmediata necesidad, sus planes más remotos todos quedarán ignorados aun de aquellos que se le asignen como primeros consejeros. Sólo el rey y sus tres mentores conocerán lo por venir.

En la persona del rey, dueño de sí mismo y de la humanidad, gracias a una voluntad inquebrantable, todos creerán ver el destino con sus caminos desconocidos. Nadie sabrá qué es lo que el rey pretende como objeto de sus mandatos, y así tampoco nadie se atreverá a atravesársele en un camino que es para todos desconocido. Es necesario sobreentender que la inteligencia del soberano ha de corresponder al plan de gobierno que tiene encomendado.

Por esto es que no subirá al trono sino después de haber dado pruebas satisfactorias de su capacidad a nuestros sabios de que ya hemos hablado. Para que el pueblo conozca y ame a su soberano, es necesario que trate al pueblo y se comunique con él en los lugares públicos. Esto producirá la unión necesaria entre las dos fuerzas que hasta hoy nosotros hemos conservado distanciadas por el mutuo terror. Este terror nos era absolutamente necesario en otro tiempo, para que estas dos fuerzas, separadamente, cayeran bajo nuestro poder e influencia.

El rey de Israel no debe estar bajo el dominio de sus pasiones, especialmente bajo el de la voluptuosidad, ni debe, por alguna flaqueza de su carácter, dar lugar a que sus instintos animales se sobrepongan a su razón.

La sensualidad obra de manera demasiado nociva sobre las facultades intelectuales y la clarividencia de las cosas, inclinándose hacia el lado peor y más bestial de la actividad humana. La columna de la humanidad en la persona de la semilla santa de David, debe sacrificar a su pueblo y por su bien, todos sus gustos personales.

Nuestro soberano tiene que ser de una irreprochabilidad ejemplar.